Jesús fue un hombre de grandes sacrificios e increíbles sufrimientos, aunque no fue una persona triste y quejumbrosa. No permitiría a sus victimarios que lo destrozaran porque su amor permanecería más grande que sus ofensas. Jesús no fue un profeta de desgracias, sino un heraldo de alegría gozosa. Por lo tanto, no es de admirar que las muchedumbres sin vida y deprimidas estuvieran tan atraídas por él.
Tomado de Jesús de Galilea: Un Dios de Increíbles Sorpresas del P. Virgilio Elizondo y publicado por Loyola Press.